Usaré nombres inventados para explicar realidades de jóvenes que, a pesar de la imagen y los datos desastrosos oficiales de nuestros estudiantes, nos enseñan que hay muchos que se desenvuelven, que estudian y trabajan al mismo tiempo, que se esfuerzan y salen adelante.
Todo esto lo hago a raíz del informe PISA, que sitúa a los estudiantes catalanes en la cola de los españoles en matemáticas y comprensión lectora. Datos que son el resultado de múltiples causas, fáciles de enumerar, difíciles de jerarquizar por importancia, pero que identifican a unas generaciones de jóvenes que no saben ni leer, ni escribir, ni sumar, restar, multiplicar o dividir.
Es durísimo. Y nadie les pregunta a ellos por qué les sucede todo esto. Sería muy importante conocer sus opiniones. Yo, si fuera el Gobierno, encargaría una macroencuesta obligatoria para conocer de verdad los motivos de su fracaso. Hasta qué punto encuentran inútil lo que hacen, por qué no les interesa o, si les interesa, por qué no aprenden lo suficiente ni a la velocidad que quisieran.
También haría otra encuesta a las familias. Cuántas horas dedican a los estudios de sus hijos, con qué intensidad les piden que hagan los deberes, si los ayudan… Cuántas veces han sacrificado una salida de fin de semana porque el hijo tenía un examen la semana siguiente o si no pueden ayudarles porque están abrumados de trabajo y no tienen tiempo para dedicarse a ello. O no saben cómo ayudarles porque no saben nada de lo que les enseñan.
Es obvio que PISA nos muestra unos datos desastrosos que no se arreglan con cumbres, ni con leyes ni con dinero. Que se arreglan volviendo a lo básico. En Valencia, el equipo de baloncesto del señor Roig luce un lema que es “cultura del esfuerzo”. Y es eso. Y es así..
Sería bueno escuchar menos a quienes nos han llevado hasta aquí; en educación se necesita una contrarrevolución.
En Ricard es un joven que ya terminó una carrera de letras, que comenzó una nueva, que trabaja en un laboratorio mientras estudia y que tiene que ingeniárselas para combinar el trabajo y las prácticas, que coinciden y que le obligan a renunciar a días festivos para poder atenderlas, dado que son obligatorias. Y lo hace. Sin ayudas ni becas.
También Andrea, que trabaja en una panadería los fines de semana y da clases particulares, está estudiando el segundo curso de su carrera, aprovechando el tiempo cuando puede para eventualmente realizar un máster que la lleve profesionalmente a donde quiere llegar.
O Pau, que se ha destacado como un excelente programador fuera del sistema de enseñanza formal, trabaja para varias empresas y va consolidando su profesión a través de la experiencia que adquiere con cada nuevo trabajo que emprende.
Probablemente, muchos de los jóvenes que nos encontramos detrás de un mostrador, sirviendo en una cafetería, repartiendo paquetes o asesorándonos en una gran superficie comercial también están estudiando. Hay muchos de ellos. No tienen padres que les regalen las cosas ni entornos que estén a su favor, pero quieren ganarse su dinero, aprender trabajando y avanzar en su camino.
También hay muchos que trabajan y estudian porque no tienen ninguna otra opción. Porque la familia lo necesita o porque sencillamente la familia no está presente. Hay jóvenes como Gerard que, sin un entorno estable, hacen lo mismo que aquellos que sí lo tienen, conscientes de que solo este camino los puede llevar a vivir mejor.
Como antes, como siempre, tenemos a los estudiantes, a los jóvenes, que nos merecemos. Muchos valen mucho la pena. Otros no tienen quien los atienda. Y no es necesario ser pobre para que no te hagan caso. También hay muchos acomodados que no saben hacia dónde dirigirse.
La necesidad impulsa el ingenio. El entorno es clave para que un joven salga adelante. La sobreprotección es un error inmenso. La familia es importante. La familia lo es todo. Y si hablamos del sistema… A ver… Estaría bien dejar de hacer inventos. Dejar de ser tan complacientes. Una persona importante de la Cataluña central me confesaba que había cambiado a su hijo de escuela: “Los lunes decidían qué harían martes, miércoles y jueves, y el viernes hacían balance. Resultado: mi hijo no sabe hacer la ‘O’ con un canuto”.
Estaría bien escuchar menos a quienes nos han llevado hasta aquí. En educación se necesita una contrarrevolución. ¿Volver a castigar los dedos de los estudiantes con una regla? No es necesario. Pero regresar a lo básico, leer y escribir, alejarse de las pantallas, tocar papel, memorizar, tener cultura general… Bueno, eso es importante. Puede que no lo parezca, pero créanme, lo es. Porque si no la tienes, no puedes ni hacer preguntas al ChatGPT.
Es así de simple. Y si el niño tiene que repetir, que repita. Y si no vale, que suspenda. A los padres que sobreprotegen a sus hijos, ni caso. Y a los que nos venden unicornios, ni caso. Hacer lo contrario, de verdad, es lo que más daño hace a la educación pública. Solo no se dan cuenta quienes, paradójicamente, más parece que la defienden.
Ferran Falcó, presidente de la asociación Restarting Badalona