Ante mi tristeza existencial sin problemas graves y objetivos, mi psicóloga me dejó bien claro que todos tenemos derecho a estar mal, a pasar una mala temporada e, incluso, a quejarnos sin sentir vergüenza porqué otros sí tienen problemas de verdad. Seguidamente, es necesario ponerse a trabajar para identificar las causas del malestar para intentar sofocarlo.
Superada la sacudida personal, ya hace tiempo que arrastro síntomas similares en cuanto a mi ciudad y mi país. Podría añadir Europa y el mundo entero, pero cuanto más cerca, más contribuye a mi inquietud. Supongo que es un efecto de protección que tenemos de forma natural. Si no, el carácter inalcanzable del universo sería una losa que no nos dejaría levantar la cabeza por la mañana.
En Badalona, la biblioteca Can Casacuberta lleva más de mil días cerrada a causa de una avería en el sistema de climatización y del mal estado de la protección contra incendios y de los tejados. La situación no es mucho peor en cuanto a las instalaciones deportivas municipales, que caen a pedazos, literalmente.
Desde 2004 está clara la solución para el problema de los vertidos del alcantarillado al mar siempre que llueve en Badalona: depósitos pluviales. Solución, por cierto, ya implementada en Barcelona desde hace muchos años y que disminuye el riesgo de inundaciones en la ciudad. Sólo se ha realizado uno de los 9 previstos. En 18 años.
El inicio de las obras de la ampliación de la Línea 1 del metro desde Santa Coloma hacia Badalona acumula 10 años de retraso. La previsión actual es empezar en el 2025, y la reivindicada llegada a Can Ruti ni siquiera está prevista. De Santa Coloma a Can Ruti en autobús se tarda 50 minutos.
A mí me parece que el área del Besòs no importa a nadie dentro de las esferas de poder barcelonesas
Once años después del cierre definitivo de la central térmica de las Tres Xemeneies, parece que empieza a perfilarse el proyecto de transformación de la zona. Probablemente, la mayor oportunidad de transformación urbanística y social del área metropolitana. Apenas el pasado enero se empezaron a implicar la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Se espera que el Área Metropolitana y la Diputación también lo hagan en breve. Pues vayamos esperando. Pero, mientras tanto, venga hablar de la coctelería barcelonesa que ha ganado un premio pero que tiene la carta en inglés, que si el impuesto de patrimonio es para apretar a los ricos (que nunca lo han pagado), que si avanzamos o no hacia la independencia y cómo será el nuevo embate… Y venga retórica.
Francamente, a mí me parece que el área del Besòs no importa a nadie dentro de las esferas de poder barcelonesas, y que si hacen cuatro pisos, un parque y un “hub de nosequé” ya pueden estar contentos. La visión estratégica global para el área metropolitana es nula. Barcelona se avergüenza más bien de su entorno metropolitano.
Seguramente, podría hacer una lista de cosas positivas e, incluso, realizar propuestas constructivas en lugar de criticar.
El tópico dice que está en la ducha cuando nos venden las buenas ideas. A mí no me ocurre. Ni en la ducha ni en ninguna parte. Pero a veces, cuando conduzco o salgo a correr, tengo como una epifanía que me ilumina. La última fue la de hacerme militante de todos los partidos políticos, puesto que por una modesta cantidad de dinero –o gratis en algunos casos– puedes votar en sus procesos de decisión internos. La capacidad de influencia para decidir la configuración del Govern de los 6.465 militantes de Junts ha sido infinitamente mayor que la de los vulgares votantes en las elecciones al Parlament. Cuando en el 2015 la asamblea de la CUP empató a 1.515 votos, ¡si hubiera sido militante habría decidido si investía o no a Artur Mas!
Quizás era esto la democracia participativa, en lugar de votar los presupuestos participativos que se hicieron en Badalona hace unos años o ser miembro más o menos activo de varias asociaciones y consejos escolares.
Ahora me encuentro que no sé a qué profesional acudir por mi inquietud, y he tenido que hacer autodiagnóstico: he hecho el tráfico desde el catalán cabreado hacia el catalán asqueado, gato y marchito.
Ante mi situación desesperada, he tenido una reacción instintiva: hacer todo lo posible para que mis hijos tengan las máximas facilidades para desarrollar su vida en cualquier parte del mundo. Que puedan elegir.
Quizás me ha quedado un poco dramático. No me haga caso, sólo será que he tenido un mal día.
Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona