Confieso que no sé ir. Incluso diría que no me atrevo a cogerlos. Pero también he de deciros que el problema que tengo con los patinetes no es su culpa, sino mía. Quizá por la edad que tengo no me veo encima. Simplemente no confío en mí mismo, a la hora de manejarlo los. Y lo mismo me pasa con las motos, que nunca he conducido. En cambio, sí me atrevo con las bicicletas, y me gusta ir. Pero vamos al corte. El patinete, en sí mismo, no es el problema que tantos ciudadanos creen y manifiestan que es. El problema es que lo conduce, quien no sabe usarlo o quien cree que lo puede utilizar para hacerle hacer cosas para las que no está diseñado. Por eso, y porque creo que el patinete -o la bicicleta urbana- está aquí para quedarse, estoy a favor de regular su uso, y de educarlo. Y, de hecho, no estoy haciendo ninguna propuesta futurista. La tecnología y algunas compañías que promueven el uso compartido tienen los recursos para evitar lo que hay en el origen de su mala fama: el incivismo de sus usuarios. Para que los patinetes que tienen propietario -que son privados, para entendernos- son los que, conducidos por según quien, se convierten en una pesadilla colectivo. Imagínese, sin embargo, un patinete de uso compartido que sólo se puede dejar aparcado allí donde la autoridad disponga, porque va dotado de un sistema que reconoce el aparcamiento y que no deja de facturar al usuario si no encuentra el patinete en su sitio. O bien imaginaos un patinete que dispone de una localización precisa que el puede desconectar de su batería eléctrica si se encuentra circulando por una vía no autorizada. O bien que dispone de un límite de velocidad que no se puede alterar. Y de unos sensores que, como en el caso de los coches, pueden percibir el riesgo de toparse con una persona o lugar concretos.
Los patinetes no se esfumarán, y la mejor opción es aprovechar la tecnología para hacer una regulación que vaya más allá del casco y el seguro
Todo esto que digo, y mucho más, es posible. De hecho, hay compañías que, de acuerdo con universidades de prestigio, están incorporando sensores de polución que emiten datos abiertas y que sirven a los investigadores de la calidad del aire urbano saber en qué puntos concretos y en qué horas la contaminación es más o menos alta.
La tecnología disponible puede ayudar la gobernanza de las ciudades, y hacerlas más amables y menos contaminadas. Y si todos estamos de acuerdo que los patinetes han llegado a nuestras ciudades con voluntad de quedarse, tenemos que hacer el debate sobre si los preferimos particulares, porque el policía local los persiga aleatoriamente e individualmente si rompen la norma municipal, o si promovemos un servicio compartido que disponga de tecnología para forzar de manera general que se haga un buen uso.
Yo creo que la segunda opción es, no sólo la buena, sino irreversible. Y que las ciudades han de dotarse de más infraestructuras para este tipo de movilidad, que crecerá y que debe ser compatible con el transporte público tradicional. Es más, creo que una buena vía para explorar y trabajar sería que el transporte público tradicional incorporara a sus servicios una oferta “de última milla” de vehículos de movilidad personal complementaria a la tradicional. Nadie como ellos conoce el terreno, las frecuencias, los usos de la calle … Y nadie como ellos puede incorporar con facilidad este tipo de servicio para compartir que está aquí para quedarse, y contra el que no hay “barreras al campo” para poner.
Sería bueno que más ayuntamientos hicieran el paso adelante que la tecnología puede proveer y que los ciudadanos demandan a favor de una movilidad más cívica y sostenible. Pero se detecta en algunos de ellos el miedo tradicional de los que no conocen las soluciones, y no parecen dispuestos a afrontar los problemas. Los patinetes no se esfumarán, y la mejor opción es aprovechar la tecnología para hacer una regulación que vaya más allá del casco y el seguro para incentivar un uso compartido y respetuoso.
Ferran Falcó, membre de l’asociación Restarting Badalona