Supermanzana significa la conversión de un espacio urbano donde predominaba el vehículo privado a un espacio donde predomina el peatón. Es una evolución natural de lo que en los años 80 y 90 fueron las primeras peatonalizaciones de los centros históricos de muchas ciudades del país.
De la misma forma que en aquellos momentos la posibilidad de que no se pudiera llegar con el coche a determinadas calles de la ciudad supuso un cambio profundo en las dinámicas tradicionales de movilidad en ciertos barrios, hoy nadie duda de que aquellas acciones fueron óptimas para la calidad de vida de vecinos y visitantes. Cierto que pudieron tener un impacto en el comercio tradicional, pero no lo es menos que el comercio tradicional ha vivido muchas revoluciones –en forma de nuevos formatos de venta– que ha ido superando, ejerciendo aquello en que sólo lo cercano es imbatible: el trato al cliente.
Las supermanzanas, pues, son la continuidad de mucho trabajo realizado y representan la búsqueda de la calidad de vida en los barrios: a pie, con más espacios verdes, menos ruido y menos humos. No se pueden hacer, sin embargo, sin invertir dinero para acomodar a los que tendrán que cambiar sus hábitos. Hablo de transporte público y de transporte privado compartido o individual y, por tanto, de estaciones y de infraestructuras que den servicio suficiente a los que utilizarán la ciudad de una nueva manera. Tampoco pueden realizarse sin invertir en tecnología que adapte el reparto de bienes a la nueva realidad. De nada sirve peatonalizar un espacio o hacerlo restringido al vehículo privado si después los vehículos de reparto entran, salen, aparcan o se mueven de cualquier manera. Ordenar esta última milla con criterios técnicos y pragmatismo necesita altas capacidades de entendimiento y bajas dosis de dogmatismo.
¿Existe alternativa –que pueda ser valorada por los vecinos– mejor que la de hacerles protagonistas de su entorno?
Barcelona, con Xavier Trias y ahora, tiene un proyecto de despliegue de una convivencia vecinal fundamentada en la prevalencia del peatón y en la generación de espacios urbanos de calidad. Hay quejas, y las habrá, pero para los que se quejan sólo hay una pregunta: ¿hay alternativa –que pueda ser valorada por los vecinos– mejor que la de hacerles protagonistas de su entorno? Mi impresión es que no lo hay. Está claro que es necesario aplicar las medidas con traza, humildad, sentido común y sensatez. Está claro que hay que proteger a quienes puedan salir más perjudicados. Pero no veo alternativa mejor que la de conseguir ciudades pedaleables, con oferta de movilidad personal compartida, puntos de recarga eléctrica, ordenación y facilidades para el reparto en última milla y nacimiento de espacios verdes –muy verdes– que conviertan a nuestros barrios en extensiones de nuestra casa.
Badalona hizo una apuesta de peatonalización para su Centro, que con el nacimiento de dos aparcamientos disuasorios y otras medidas todavía es incompleta. Ha faltado inversión, mantenimiento y tecnología para convertirla en un rotundo éxito. Pero no sólo la hizo en el Centro, también la promovió en Llefià, en torno a la calle Floridablanca, con una generación de trama urbana pacificada que no se ha explicado lo suficiente y que también es incompleta.
Estas semanas, las redes sociales de la ciudad nos enseñan muchas imágenes de la indisciplina que genera no haber invertido lo suficiente en las “supermanzana” badalonesas. Pero hay muchos vecinos que, de la riera de Sant Josep hasta la de Canyadó, estarían dispuestos a convertir sus barrios en estas manzanas donde prima la vida en la calle. Desconfían, eso sí, de los encargados de llevarlas a cabo. No se puede ni plantear una acción ambiciosa sin tener clara su ejecución, los plazos, el presupuesto y los procesos de información que harían falta para convertirla en realidad. Embarcarse en un cambio profundo, sabiendo que somos una ciudad que le da pereza los grandes proyectos de transformación urbana, no invita a ponerse activamente a favor. Pero en el centro amplio, y en otros muchos barrios, desde el de la Morera hasta determinadas partes del de Llefià, una apuesta compartida por la “supemanzana Badalona” sería una gran noticia para este 2022.
No es sólo que haya una base social favorable a trabajar una apuesta ambiciosa, es que se convierte en una obligación desde la creación de las “zonas urbanas de atmósfera protegida”. Pero a mí me seduce más la idea de hacer las cosas porque estamos convencidos. Sin embargo, en Badalona ya tenemos gente que trabaja en este camino, que se inició hace muchos años y que no deberíamos ni maquillar con cuatro acciones incompletas ni congelar mientras las ciudades europeas importantes caminan en esta dirección.
Ferran Falcó, presidente de la asociación Restarting Badalona