Homo Culinaris

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Hay dos tipos de personas en el mundo: las que cocinan y las que no. ¿De cuál es usted? Entre los que cocinan hay muy militantes, de los que han aprendido y suelen tener un buen puñado de recetas que dominan y disfrutan invitando a los amigos a la mesa. En el grupo de los que no cocinan también hay muy convencidos de que delegan en parientes, habitualmente la madre o la pareja, y profesionales que “por eso están”, y así pueden dedicar el tiempo y el esfuerzo a otras cosas.

No cocinar no significa no tener interés por la comida y la gastronomía, que de forma global ha aumentado muchísimo en los últimos años. Hoy más que nunca sabemos que “somos lo que comemos” y, por tanto, dieta y salud van de la mano. El oficio de cocinero tiene un prestigio social como nunca había tenido, y algunos se han convertido en estrellas mediáticas. Los reality show televisivos sobre cocina son líderes de audiencia en todo el mundo y generan pasiones y polémicas, como la reciente de Master Chef con el trato hacia los concursantes, y en concreto con la participación de Verónica Forqué, sobre la que se han derramado ríos de tinta virtual.

(Me declaro integrante del grupo de los que cocinan, pero del subgrupo de los que no soportan estos programas, donde se somete a los concursantes a situaciones de presión exagerada para provocar reacciones emocionales y explotar la fragilidad humana).

Retomo el hilo. A pesar de este creciente interés social, los estudios dicen que el tiempo que dedicamos a cocinar en casa ha disminuido a la mitad desde los años 60. Es evidente que la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo es la razón principal de la fuga estadística de las cocinas. También la aparición y evolución de los alimentos procesados ha ayudado mucho. Cada vez hay más gente incapaz de elaborar un plato sencillo en la cocina. El alejamiento del compromiso directo y físico del proceso a partir del cual la materia prima se transforma en alimentos cocinados, está alterando nuestro concepto de la alimentación. Paradójicamente, nos interesa mucho la comida y la gastronomía, pero nos interesa menos cocinar.

Cocinar es una actividad específicamente humana; el acto mediante el que comienza la cultura, según Claude Lévi-Strauss. Sólo los humanos cocinamos y los antropólogos han visto que la liturgia de cocinar y comer es un elemento común en casi todas las culturas. Todo parece indicar que el proceso de cocinar tiene un poder emocional o psicológico del que no podemos o no queremos desprendernos. Para preparar platos, incluso los más normales y sencillos, es necesario someter los elementos básicos a un proceso de transformación mágico que los convierte en algo suculento y apetitoso que es mucho más que la suma de sus ingredientes. Alquimia.

Es razonable pensar que, si nos marchamos de las cocinas, corremos el riesgo de deshumanizarnos un poco

El antropólogo Richard Wrangham, de la Universidad de Harvard, va aún más lejos y afirma que fue el descubrimiento de cocinar lo que nos diferenció de los primates y nos convirtió en humanos. Cocinar los alimentos facilita la digestión, lo que hizo que los humanos pudieran dedicar más energía y recursos metabólicos a otros propósitos, lo que facilitó el desarrollo del cerebro. El hecho de sentarnos juntos para compartir la comida nos civilizó. Cocinar nos hizo más sociales, más cívicos; nos permitió ampliar la capacidad cognitiva a expensas de la digestiva: más cerebro y menos estómago. Por tanto, cocinar puede haber sido la clave evolutiva de los humanos. Alrededor del fuego nos hicimos personas.

J.A. Brillat-Savarin, uno de los más conocidos gastrónomos y que da nombre a un excelente queso francés, ya lo anunció en el siglo XVIII: “Cocinar nos ha convertido en lo que somos”.

Cocinar nos hace menos dependientes e ignorantes, más autónomos y responsables, más conscientes de lo que hace bien, nos da una satisfacción profunda e inesperada y nos conecta con la naturaleza y las personas. Nos implica directamente en la salud y el bienestar de la familia, reducimos el sentimiento de dependencia que genera vivir en una economía enfocada al consumo y adquirimos una mejor conexión y conocimiento del medio natural.

Si cocinar es tan esencial para la identidad, la biología y la cultura humana, entonces es razonable pensar que, si nos marchamos de las cocinas, corremos el riesgo de deshumanizarnos un poco.

¿Qué otra actividad nos permite experimentar una emoción tan gratificante como la de servir un plato delicioso (y, por tanto, una experiencia placentera) a los demás?

Mal si eres del grupo que no cocina. No se conforme con el placer de disfrutar del plato en la mesa y añada el placer de haberlo cocinado. Está a tiempo y le gustará.

PD: Sirva este artículo como un homenaje a las mujeres que durante siglos y siglos han cocinado para que el mundo siguiera girando sin que nadie se lo haya agradecido nunca.

Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona