¿El PIB hace la felicidad?

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Trabajar para lograr “libertad y felicidad para todos”. Este es el referente que planteó el presidente Aragonés durante su discurso en el acto de toma de posesión. No es el primero ni será el último líder político o empresarial que sitúe la felicidad como un horizonte a la hora de enmarcar la visión, utópica si se quiere, de su mandato. Al inicio de una nueva etapa hay que establecer alguna idea muy ambiciosa, casi inalcanzable, que quisiéramos alcanzar si todo, absolutamente todo, saliera bien. En el mundo empresarial hablamos de la “visión” que después habrá que aterrizar en propósitos y finalidades, que a su vez se concretarán en objetivos, estrategias, etc.

Yo tenía una profesora de Filosofía que nos decía que “la felicidad no es de este mundo”. Pero me parece bien proponernos ser más felices y que desde el gobierno de mi país o desde mi empresa nos ayuden. Al fin y al cabo, tienen mucha capacidad de incidir en nuestras vidas y facilitar el camino hacia una vida más feliz o hacia el calvario. La cuestión es cómo.

Durante siglos, la felicidad fue una preocupación exclusiva de las Humanidades. A partir de los años 70, la felicidad se trasladó también al campo de las Ciencias Sociales y, desde entonces, ha sido foco de investigación sobre cómo medirla y incorporarla a la economía. El artículo original de Richard Easterlin sobre la paradoja de la felicidad inició un debate aún vigente: a partir de un cierto umbral de ingresos, el PIB per cápita deja de estar correlacionado con la felicidad.

A partir de un cierto umbral de ingresos, el PIB per cápita deja de estar correlacionado con la felicidad

El PIB hace la felicidad? Los economistas no se ponen de acuerdo. La realidad es que, a pesar de que conocemos las muchas imperfecciones del PIB como índice de bienestar económico, seguimos midiendo el éxito de los países según su evolución.

Eso sí, el PIB sabemos cómo se mide. Y la felicidad? Los datos sobre la felicidad provienen de informes sobre los sentimientos de bienestar de las personas, y se ha podido comprobar que la gente de muchos países diferentes responde de manera similar cuando se le pregunta qué es importante para su felicidad. Son las preocupaciones personales que ocupan gran parte de su tiempo: ganarse la vida, la familia, la salud y el trabajo. Entre los que son sensiblemente menos felices están los parados, los que viven solos y las personas con mala salud.

La felicidad nos indica hasta qué punto una sociedad satisface las preocupaciones de la vida cotidiana de las personas. En cambio, el PIB se limita a una única dimensión económica, la producción per cápita de bienes y servicios. La felicidad la evalúan los mismos interesados. El PIB lo evalúan los expertos. A diferencia del PIB, la felicidad es una medida con la que la mayoría de la gente se puede identificar. Si la felicidad se convierte en la medida principal del bienestar de la sociedad, tal vez las políticas públicas se podrían mover en una dirección más significativa para la vida de las personas.

Pero aún hay muchas dudas sobre la forma en que la gente interpreta las preguntas a las encuestas de felicidad y lo evalúa. Ser feliz hace la gente más productiva? Cómo afecta la decisión de voto? ¿Cuál es la relación entre felicidad y estar casado o mantener creencias religiosas? Como hay que intervenir desde el debate público?

Nos esforzamos tanto en encontrar la felicidad que nos complicamos la vida innecesariamente

Pero no nos embalamos tanto y volvemos por un momento al principio, a los discursos políticos. Desde cuando nuestros gobiernos nos tienen que decir cómo debemos ser felices? Desde un punto de vista liberal, Fukuyama nos recuerda que hay que rebajar el horizonte de la política: el estado no me tiene que decir ni cómo debo vivir la vida ni en qué consiste una buena vida. Está bien que ponga las bases para el bienestar, es decir seguridad, educación, salud, estructuras para el desarrollo económico, etc. Pero como persigo la felicidad es cosa mía!

Tal Ben-Shahar, psicólogo y filósofo, es uno de los profesores con más éxito entre los alumnos de la prestigiosa Universidad de Harvard por sus clases sobre la felicidad. Después de muchos años de estudio ha llegado a la conclusión de que nos esforzamos tanto en encontrar la felicidad que nos complicamos la vida innecesariamente. Su receta tiene 13 ingredientes tales como desayuno, llevar zapatos cómodos y escuchar música.

Al fin y al cabo, como dice el protagonista de Las Noches Blancas de Fiódor Dostoievski en la frase magistral que cierra la novela, “Dios mío! Un minuto entero de bienaventuranza! Acaso es poco para toda la vida de un hombre? “.

Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona