Bullshit

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En inglés, la palabra bullshit se utiliza para hacer referencia a mentiras y todo tipo de afirmaciones y argumentaciones que consideramos inciertas. Es una palabra malsonante, una palabra, pero muy utilizada. En catalán podríamos traducirla directamente por “mierda”, pero no tiene la connotación tan directo a los mensajes con ánimo de tergiversar hechos y de contaminar opiniones. No quiero llenar este texto de “mierda” y utilizaré “bullshit”, que no me suena tan mal.

No sé vosotros, pero yo tengo la sensación de que estamos inundados de bullshit. No hablo sólo de mentiras descaradas. Estas balsa. Lo peor es la deformación y tergiversación, más o menos sutil, de la realidad para intentar orientar nuestras opiniones y decisiones.

¿Por qué estamos tan rodeados de bullshit si la mentira está socialmente mal vista? A ver, tampoco hace falta ponerse dramático. Incluso los animales tienen estrategias para engañar y así defenderse de rivales y depredadores. Todos queremos, en algún momento y de forma más o menos consciente, vender algo a otro. El lenguaje y las capacidades cognitivas de los humanos han permitido desarrollar infinitas variedades de mentiras y estrategias para hacer más y más efectivo el bullshit, hasta llegar a producirlo de forma industrializada aprovechando las herramientas disponibles en cada momento: medios de comunicación, tecnología…

Una de las estrategias más habituales es utilizar palabras ambiguas o engañosas pero que tengan unas inferencias claras y evidentes para todos. Es decir, evitar la literalidad por eludir la responsabilidad.

Estos días hemos visto un ejemplo clarísimo en el tuit de Josep Bou sobre su coche quemado: sin decirlo explícitamente, ha dado a entender que los responsables son algunos de sus enemigos políticos, aunque la policía ha dicho que ha sido debido a una avería del coche. De esto se hacen eco seguidores incondicionales y chapuceros funcionales, todos ellos cómplices del bullshit que crece como una bola de nieve y que nunca nadie rectificará. El propio autor original así lo ha reconocido.

Encontramos la dosis de escepticismo sano sin caer en la desconfianza permanente. Es cansado y menos cómodo, pero imprescindible

Pongo este ejemplo porque, aparte de ser de manual de primero de bullshit, se trata de políticos. El nivel de responsabilidad que tienen los políticos a la hora de hacer y decir es muy grande. La trascendencia de sus decisiones y acciones sobre la sociedad es muy grande. Y también de lo que dicen. Hay muchos ejemplos como éste todos los días en la política. Y de todos los colores políticos. Buena parte del descrédito viene de ahí.

El principio de Brandolini, estudioso del tema, dice que la cantidad de energía que se necesita para refutar el bullshit es diez veces superior a la que se necesita para producirlo. En la reciente pandemia hemos visto todavía los efectos del bullshit creado en 1998 por A. Wakefield con un artículo publicado en la prestigiosa revista The Lancet, en el que levantaba una posible relación entre la vacuna del sarampión y el autismo. Por más evidencia científica que ha demostrado que ese estudio es falso, el impulso que dio al movimiento antivacunas ha provocado lo que todos conocemos.

Esta inundación de mierda tiene culpables muy claros: los que fabrican el producto (“bullshitters”) en primer lugar, pero también los cómplices conscientes, los seguidores ideológicos incondicionales y los ingenuos chapuceros que caen de cuatro patas.

Las estrategias colectivas para luchar contra esa inundación son complicadas. Si no nos ponemos cada uno de nosotros desde nuestro ámbito individual, no saldremos adelante.

Me cojo a algunas recetas del filósofo Josep Mª Esquirol. No ceder al dogmatismo de la actualidad. Resistir. Huir del ruido y de la demagogia que fabrican todo tipo de entendidos; supuestos especialistas que nunca se callan. Todo son respuestas… Y por cierto, ¿cuál era la pregunta? Da igual, lo que importa es colocar el mensaje. Alejémonos de la gente creída y dogmática y entrenamos el sentido crítico. Y recordáis, es dogmático todo lo que domina y se asume porque sí, porque toca. Encontramos la dosis de escepticismo sano sin caer en la desconfianza permanente. Es cansado y menos cómodo, pero imprescindible.

Mañana me pongo.

Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona