“Bajo las once plantas del que fuera el edificio industrial más alto de Europa a principios del siglo XX, cerca de un millar de estudiantes diseñan el futuro de Siemensstadt, uno de los once barrios industriales que mutaran en distritos digitales para revolucionar la geografía de Berlín. El denominado proyecto Zukunftsorte tejerá una red de negocios y ciencia que en 2035 habrá atraído hasta la urbe a 2.200 compañías, será la sede de 42 instituciones científicas y generará 62.000 puestos de trabajo”.
“La compañía aporta 600 M€ al proyecto, que se completan hasta con 4.000 M€ de inversión pública para transformar un barrio con 125 años de historia”.
Estos párrafos se pueden leer en la edición del lunes 17 de octubre de este año en Expansión.
¿Qué por qué las destaco? Pues porque nos damos cuenta de que el mundo gira y que fuimos los primeros, o de los primeros –del mundo–, a ver que la tendencia de los distritos “digitales” crecería y que debería ser, y es, motivo de orgullo colectivo haber salido adelante el 22@.
Si un diario alemán de hace un montón de años se hubiera hecho eco del proyecto que Barcelona ha hecho realidad, es probable que también contuviera objetivos que aquí no se han cumplido. Es normal. Pero que lo que ha pasado en Barcelona fue visionario es un hecho, y así es como debemos percibirlo.
Hace pocas semanas, comentaba con uno de los directivos públicos de referencia en el ámbito metropolitano la ausencia de proyectos grandes que en los últimos años echo de menos. Me decía que, ciertamente, por una combinación de factores, ha desaparecido el empuje, la audacia y el ingenio para crear proyectos de renovación urbana potentes, pero me comentaba uno, lo suficientemente bueno, que es y será –espero– el de las Tres Chimeneas. Presentado recientemente, lo viví cuando estaba en pañales, con una alcaldesa –de Badalona– que se ha acabado oponiendo cuando ha dejado de serlo, por razones que sugieren sólo un interés electoral. Pero de agua pasada molino no en mol.
La raíz del problema no está en la falta de ideas, sino en los corsés que nos hemos autoimpuesto con la regulación
Lo relevante es que tenemos un proyecto delante, que será bueno para todo el Besòs y que no tienen en el Baix. Más allá de las viviendas, muchas o pocas, públicas o privadas, lo importante de ese trozo de país es que habrá metros para actividad económica, y la voluntad de hacer un punto de encuentro de la cadena de valor de audiovisual. Lo llaman hub y es una agregación de actividades de las de toda la vida. Y a mí me hace feliz haber participado y ver que, a trancas y barrancas, quizás dentro de 10 años Catalunya disponga de un distrito, de un espacio, como el que representó el 22@ y que ahora les berlineses quieren salir adelante.
Porque a veces, aunque no nos lo parezca, somos de los que vamos primeros. Y eso, este rasgo, no deberíamos perderlo. Por eso se necesitan más proyectos grandes. Identificarlos, saber que sólo son posibles si “el mercado” los considera posibles y que la intersección entre el interés público y el privado es la clave para hacerlos realidad. Además, debemos dar una vuelta a la regulación que estrecha el urbanismo en Cataluña. No hay, les aseguro, servidores públicos que trabajen más que los que velan por los proyectos de planeamiento urbanístico. Puede haber que trabajen igual, pero no hay quien lo haga más. Lo que les ocurre, y les ocurre mucho desde hace unos años, es que son tantas las pantallas burocráticas a traspasar que conseguir que un planeamiento se haga realidad se acerca cada vez más a la ficción del juego del calamar.
En tiempos inciertos, no podemos seguir ligados a la desconfianza. Por eso, alcaldesas como Marta Farrés, de Sabadell, escribían que se necesitan cambios en la ley de contratos para que los proyectos de inversión que tienen los ayuntamientos puedan hacerse cuando toca. Se acabó esa práctica –de la que se hacía mofa– de los cuatro años de mandato municipal, donde se decía que el primer año era para planificar, el segundo y el tercero para contratar y hacer y el cuarto para inaugurar. Estos plazos, al menos, se han doblado. Y cuando hablamos de urbanismo, pueden llegar a triplicarse.
La raíz del problema no está en la falta de ideas, sino en los corsés que nos hemos autoimpuesto con una regulación que sólo satisface a quienes no querrían que nunca, nunca, pasara nada, y gracias a los cuales, si de ellos dependiera, no tendríamos ni 22@ ni hub audiovisual.
Ferran Falcó, presidente de la asociación Restarting Badalona