En defensa del algoritmo

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Todo juicio justo necesita un abogado defensor para el acusado, pero hay acusados de según qué delitos que les cuesta dios y ayuda a encontrar un abogado que los defienda. Creo que antes de ir a la universidad nunca había oído la palabra algoritmo. Ahora la oigo todos los días a todo tipo de conversaciones y artículos de opinión, según los cuales los algoritmos son misteriosos seres de una perfidia satánica. No será fácil defenderlos, pero alguien tendrá que intentarlo, aunque el veredicto ya le han adelantado: ¡culpables!

Antes de empezar a programar ordenadores aprendí que, para resolver un problema, existe una forma de pensar y estructurar la solución a partir de una secuencia lógica y finita de pasos, cada uno de los cuales es una acción concreta y bien definida. Un ejemplo cotidiano de esto sería una receta de cocina o el método que nos explican en la escuela para realizar una multiplicación o una división. La algoritmia se utiliza desde hace muchos siglos y es una muy buena herramienta para estructurar la cabeza, es decir, para pensar de forma ordenada a la hora de encarar un problema. Es por este motivo que, en los últimos años, han salido multitud de iniciativas, como code.org, que pretenden introducir la algoritmia a los niños para estimular la creatividad, el pensamiento crítico y el interés por la ciencia y la tecnología con nuevas estrategias educativas.

Casi 200 años después de que Ada Lovelace escribiera el primer algoritmo diseñado para ser ejecutado por un ordenador, ya se puede imaginar cómo han evolucionado las máquinas y los algoritmos que las hacen funcionar. Lo han hecho hasta el punto de que nos permiten adivinar el futuro con muy alta fiabilidad, aunque todo depende de la complejidad del sistema del que queremos predecir su comportamiento. Me sorprende con qué normalidad y exigencia de precisión hemos incorporado la previsión meteorológica diaria..

Como casi cualquier cosa de este mundo, los algoritmos podemos utilizarlos para hacer cosas buenas o malas. O simplemente cosas absurdas

DeepMind saltó a la fama cuando sus algoritmos fueron capaces de derrotar a los mejores jugadores de ajedrez y go del mundo, pero recientemente han sido capaces de predecir, en pocos días y con precisión atómica, la estructura de las proteínas, cosa que en un laboratorio requeriría 10 años de trabajo. Esto puede facilitar enormemente el desarrollo de nuevos medicamentos con aplicaciones como contrarrestar la resistencia a los antibióticos.

Hay cierta paranoia con los algoritmos. A mí me está bien que Spotify me sugiera músicos que no conocía basándose en lo que deduce que me gusta, pero trato de ser consciente de que también intenta colocarme lo que le interesa para su negocio. ¿O es que no lo han hecho siempre el de la tienda de discos o la emisora de radio?

Ahora bien, es necesario ser prudentes y tener claro que las máquinas no piensan, ni creo que lo hagan nunca, pero pueden actuar de forma muy similar y hacerlo muy rápidamente. Como casi cualquier cosa de este mundo, los algoritmos podemos utilizarlos para hacer cosas buenas o malas. O simplemente cosas absurdas.

En la era de las pantallas y la distracción, es necesario advertir de los riesgos de pérdida dramática de capacidad de percepción. Éste es el riesgo. El algoritmo no es un ser vivo, no puede tener una experiencia y sin experiencia no puede haber pensamiento.

El filósofo Josep Maria Esquirol nos da algunas claves para protegernos en su libro La resistencia íntima: existir es, en parte, resistir. Y sí, necesitamos conciencia, voluntad y coraje para los asedios a los que estamos sometidos. También los de los algoritmos. Algunos.

Así pues, ¿culpables o inocentes?

Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona