En 1987, la Generalitat lanzó la campaña Somos 6 millones, que en uno de los anuncios decía “… y para gobernarnos y ayudarnos a progresar todos tenemos la Generalitat”. Nadie hará la campaña Somos ocho mil millones. ¿Quién debería hacerlo? La ONU, ¿qué es quien nos cuenta? El pasado 15 de noviembre llegamos a los ocho mil millones de personas en el mundo, cifra que es el doble de la población de hace sólo cuarenta y ocho años. La población mundial está creciendo al ritmo más lento desde 1950 y en 2020 cayó por debajo del 1%. Las últimas proyecciones de Naciones Unidas sugieren que la población mundial podría crecer hasta los 9.700 millones en 2050. Se prevé alcanzar un máximo de unos 10.400 millones de personas durante la década de 2080 y mantenerse en este nivel hasta 2100.
La pregunta es inevitable: ¿es compatible el crecimiento continuado de la población con el desarrollo sostenible?
Según la ONU, el rápido crecimiento de la población hace más difícil erradicar la pobreza, combatir el hambre y aumentar la cobertura de los sistemas de salud y educación. Por el contrario, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, especialmente los relacionados con la salud, la educación y la igualdad de género, contribuirá a reducir los niveles de fecundidad y ralentizar el crecimiento de la población mundial. Por tanto, vamos bien, diría mi yo simplista-optimista.
Pero la ONU también prevé que la proporción de la población mundial de 65 o más años aumente del 10% actual al 16% en 2050. Entonces, el número de personas mayores de 65 años en todo el mundo será más del doble que el número de niños menores de 5 años y aproximadamente el mismo que el número de menores de 12 años. El envejecimiento de la población supone un reto para la sostenibilidad de los sistemas sanitarios, de pensiones y atención de larga duración que nos harán falta. La barra libre de financiación para países y particulares, que habíamos llegado a creer infinito, está llegando a su límite. Nouriel Roubini, profesor de la Universidad de Nueva York conocido por ser uno de los pocos que vieron venir la crisis financiera global de 2008, dice de ello “la bomba de tiempo demográfica”, que sitúa en una lista de las 10 principales amenazas a las que nos enfrentamos. Por tanto, no vamos bien, diría mi yo rebuscado-pesimista.
¿Es compatible el crecimiento continuado de la población con el desarrollo sostenible?
No parece fácil decidir hacia dónde debemos tirar, pero si estuviera en mis manos, elegiría la vía del crecimiento sostenible, que entiende que vivimos en un planeta que hemos exprimido hasta acercarnos al límite y que los riesgos de continuar con la obsesión del crecimiento económico, asociado al de la población, es inabordable con la solución que hasta ahora ha funcionado: la innovación facilitada por el progreso científico y tecnológico aplicada a los procesos productivos.
Necesitamos nuevos modelos económicos orientados a objetivos mucho más ambiciosos y compartidos que se focalicen en mejorar la vida de la gente y en conservar el planeta, y que probablemente implican renunciar al crecimiento económico y repartir mucho mejor la riqueza. Tranquilos, no estoy proponiendo la revolución comunista; quedó claro que no funciona. Pero sí tengo claro que hay que repensar a fondo el papel que deben jugar los gobiernos en la economía, con los instrumentos y estructuras que necesitan, y cómo construir una nueva forma de colaboración entre organizaciones públicas y privadas para trabajar sinérgicamente, compartiendo riesgos y beneficios, por resolver los principales retos globales.
No será fácil. Los líderes políticos evitan afrontar el futuro y no toman decisiones difíciles porque desean ser reelegidos. Los planteamientos multilaterales están retrocediendo y avanzan, de nuevo, los planteamientos unilaterales: Brexit, Trump, Putin… A menudo ratificados por las urnas. Sin generosidad y colaboración no saldremos adelante.
Los pensamientos claros se convierten en declaraciones claras, mientras que las ideas ambiguas se transforman en vacías divagaciones. El problema es que, en muchos casos, nos faltan pensamientos lúcidos en serio. El mundo es complicado y es necesario un gran esfuerzo mental para comprender, incluso, una faceta por completo. A menudo es mejor hacer caso a Mark Twain: “Si no tienes nada que decir, no digas nada”.
Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona