Ustedes, como yo, son ciudadanos de la gran ciudad. De la Barcelona metropolitana. De cualquiera de las ciudades que la coronan. Ustedes, como yo, saben los problemas que tenemos en nuestras ciudades. Problemas que derivan de las diferencias entre nuestros barrios, de las diferencias entre nuestros niveles de renta.
Es recurrente el debate sobre el instrumento (caduco) del Plan General Metropolitano de 1976 de ordenación urbanística, y sobre la necesidad de hacer uno nuevo. Es una especie de misterio (o tal vez no lo es tanto) por qué, si todo el mundo cree que algo no es útil, nadie la quiere cambiar por una nueva. La verdad es que aquel PGM ya no existe y ha sufrido miles de modificaciones. Lo hemos hecho nuevo, poco a poco.
Así las cosas, seguir discutiendo si es necesario un nuevo Plan General Metropolitano se ha convertido en un debate estéril, porque hoy nuestros ayuntamientos ya no son los de 1976. Ni empiezan de cero ni en muchos casos están dispuestos a ceder capacidad de autogobernarse -se, sobre todo porque la mayoría han hecho muy buen trabajo. Tengo la impresión de que sólo quieren un nuevo Plan los que quieren escribirlo, pero que los ayuntamientos prefieren seguir diseñando su futuro con sus equipos. Sin esta voluntad, que no acabo de ver, plantear grandes debates acaba frustrando expectativas.
La dinámica de pilotar el urbanismo está consolidada entre los ayuntamientos y constituye un rasgo fundamental
Este hecho, así como el buen trabajo que muchas administraciones locales pueden exhibir, legitiman la preferencia para mantener el liderazgo del planeamiento urbano a escala local. Y existe el pesar de abrir procesos de decisión que puedan atascarse o dañar relaciones institucionales que, con más o menos ruido, son sólidas. Hay que recordar, además, que muchos ayuntamientos democráticos heredaron la mayoría de pitafis urbanos que tenemos en el territorio y que este hecho les ha obligado, a menudo, a emprender actuaciones urbanísticas para dotarlos de más coherencia y mejores servicios. La dinámica de pilotar el urbanismo está consolidada entre los ayuntamientos y constituye un rasgo fundamental.
Dicho esto, la gobernabilidad de esta “gran ciudad” es un reto permanente y un “contrato” que hay que renovar. Lo es por la necesidad de adaptar el territorio al cambio climático, por la densidad humana que habita, por las diferencias -demasiado- que hay entre nuestros barrios. Y aquí, y en este punto, es donde hay que detenerse para enmendar la plana a quienes los años 2000 escribían que las ciudades debían competir entre ellas. Quizá durante un tiempo era cierto, pero hoy esto ya no puede ser así. Primero, porque todas ellas ya disponen de los mínimos mucho más que eso- servicios que dan calidad a sus ciudadanos y, segundo, porque hoy los retos planetarios nos obligan a exigir que cooperen. Más allá del ámbito metropolitano, tampoco necesitamos una gran autoridad contrapuesta al gobierno del país ni una capital que disponga e imponga al resto de ciudades que le son corona. Leímos hace unos días que los alcaldes de Sant Adrià de Besòs y Badalona, con la alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, levantaban la voz y explicitaban una voluntad de cooperación para ser escuchados, y un lamento respecto al papel que desde Barcelona se reservaba.
No necesitamos una gran autoridad contrapuesta al gobierno del país ni una capital que disponga e imponga al resto de ciudades que le son corona
Es exigible que la gran ciudad, estas que le son corona y el gobierno del país cooperen en lugar de competir. Es exigible que planteamos una alianza de país entre el mundo rural y el urbano. Y es exigible que huyamos del modelo “México DF” para hacer de la capital un lugar agradable y compartido por todos los ciudadanos de Cataluña, y no una megacapital que se contraponga al hinterland. Lo que yo quisiera es un país con capital, relleno de coronas que no necesiten contraponer a ella. Y quisiera, como badalonés, vivir también Barcelona como si fuera mi propia ciudad. Cuanto más importante sea Barcelona, más importantes serán las ciudades de su alrededor, y viceversa. Hacer una gran capital con retos compartidos, respetando las propias identidades locales. Esta sería la fórmula que deberíamos renovar.
Para que esta cooperación necesaria entre ciudades y gobierno, en algunas materias, se ha hecho. Y se ha hecho bastante bien. El transporte público es uno de los ejemplos exitosos, como lo es la red de salud o la de educación. Tenemos el reto, sin embargo, de hacer una metrópoli próspera, digital y verde. Y eso pasa por tomar decisiones que le alejen de la especulación, pero que lo acerquen a la incentivación de la actividad económica y una inversión público de primer orden para hacerla tan autosuficiente como sea posible. Necesitamos un urbanismo, no táctico, sino práctico. No podemos aceptar, no es normal y sobre todo no es bueno, que llevar un planeamiento a la práctica pueda tardar una década, cuando va bien. No puede pasar, y pasa, que tengamos tantos solares vacíos de promotoras inmobiliarias que pasaron a mejor vida, como solares vacíos públicos que debían ser equipamientos que no se han hecho, mientras los ayuntamientos disponen -algunos más que otros- de suficiente financiación para levantarlos. Lo que hay es revisar qué no se han hecho y reprogramarse los para adaptarlos a las nuevas necesidades, y hacerlo poniendo en marcha una alianza con el mundo privado, que sea ganadora para el conjunto de la ciudadanía. Se trata, en definitiva, de actuar con la mentalidad de los que ocuparon los ayuntamientos o el gobierno de la Generalitat con la reanudación democrática: con ambición para mejorar cada rincón, con pasión por el trabajo y con voluntad de construir prosperidad a cada palmo de territorio.
Ferran Falcó, presidente de la asociación Restarting Badalona