Progresamos o retrocedemos? Los humanos hemos demostrado muchas veces que somos capaces de seguir encontrando nuevas maneras de creación de valor económico y así seguir progresando como sociedad. Sólo hay que leer un poco Steven Pinker por entender que “en las últimas siete décadas, los humanos hemos conseguido una vida más larga, más saludable, más segura, más rica, más libre, más justa, más feliz e inteligente, no sólo en Occidente, sino en todo el mundo “.
No se puede decir, sin embargo, que seamos tan hábiles a la hora de repartir la nueva riqueza generada, vistas las grandes desigualdades que hay bien entrados en el siglo XXI.
Aún más torpes hemos estado en cuanto a la preservación del planeta, exprimiendo como si no hubiera mañana, con todas las herramientas que hemos tenido al alcance. Así como nuestra capacidad de innovación y generación de riqueza ha crecido exponencialmente a lo largo de los siglos, también lo ha hecho nuestra capacidad de dañar el planeta, a pesar de disponer del conocimiento para evitarlo. A partir del 1950 se ha producido una gran aceleración del impacto humano sobre la tierra que nos puede llevar a un punto de no retorno. Si toda la población mundial tuviera un estilo de vida como el de los norteamericanos, se necesitarían 5 planetas Tierra. En las escuelas de negocio más prestigiosas ya han incorporado, en sus enseñanzas, el planeta como un stakeholder más para las empresas, gobiernos y todo tipo de organizaciones.
¿Cuántas veces hemos oído decir que los datos son el petróleo del siglo XXI? Al igual que el petróleo ha sido, y aún es, muy importante para el progreso pero fatal para el medio ambiente, lo mismo nos puede pasar con los datos: es una de las principales materias primas para la innovación y el progreso. En la fabricación, los datos de los sensores en tiempo real mejoran el mantenimiento predictivo, por lo que la maquinaria industrial se puede reparar incluso antes de que tenga la oportunidad de romperse y provocar paradas en la producción. En el sector agrícola, el análisis de los datos meteorológicos y de la humedad del suelo recogidos por sensores inteligentes puede optimizar el uso de riego y fertilizantes, por lo que los agricultores puedan maximizar su producción de cultivos. En el ámbito científico, el análisis de datos masivas puede ayudar a desarrollar mejores herramientas de diagnóstico médico y mejores modelos para predecir el cambio climático y los desastres naturales.
Pero el uso y abuso en el acceso a datos personales conlleva riesgos. En 2010 Mark Zuckerberg proclamó “la privacidad ya no es una norma social”. Algunas de las empresas del negocio online están usando nuestra experiencia, convirtiendo nuestras vidas en datos y atesorando foto. Shoshana Zuboff nos alerta del riesgo más importante: la capacidad de los actores de mercado para manipularnos y modificar nuestras conductas, es decir, para comerciar con conductas futuras. Sólo hay que ver la película Brexit: The Uncivil War o el documental Las mentiras de Facebook para hacerse una idea.
Estudios recientes nos dicen que más del 90% de los consumidores no se sienten cómodos con la forma en que se comparten sus datos personales en línea. La gente empieza a darse cuenta de que cuando haces clic o like algo más está pasando. El documental El dilema social ha convertido la privacidad en un inicio de conversación de cenas y encuentros de amigos y parientes. No es que los datos permitan predecir el futuro, sino que lo diseñan.
Esta conciencia no nos debe hacer caer en el error de la tecnofobia. La tecnología no es el problema. Lo es esta forma de mercado, inimaginable fuera de este mundo digital, que impregna la tecnología y lo utiliza para sus objetivos. Se están desarrollando nuevas tecnologías para proteger los datos mientras se utilizan para el procesamiento y análisis seguros: confidential computing, privacy-aware machine learning o cifrado homomórfica permiten compartir datos de forma segura en entornos que no son de confianza.
Y qué pasa con la Inteligencia Artificial? Pues sólo hay que sustituir la palabra “datos” por “Inteligencia Artificial”. La una sin la otra se quedan muy limitadas. O mejor dicho, las sinergias entre las dos son lo que les da un potencial exponencial.
Si tenemos claro que hacer un buen uso de los datos y la tecnología puede tener grandes beneficios para la mejora de la vida de las personas, necesitamos disponer de (buenos) mecanismos de gobernanza, regulación y financiación para empujar esta “economía de las datos “hacia el camino correcto. La Unión Europea ha sido pionera en regular el uso de los datos y, aunque la norma sólo se aplica en Europa, las empresas de todo se adaptan para tener acceso al mercado europeo. La UE debe ir más allá en el desarrollo de una economía digital competitiva, segura, inclusiva y ética. Nos jugamos el futuro.
Martí Casamajó, miembro de la asociación Restarting Badalona