Hace cien dos años la industrialización, las reivindicaciones obreras y la huelga de la Canadiense permitieron pasar de trabajar 72 horas o más en la jornada semanal de 40 horas como la concebimos ahora. Desde entonces, en 1919, el número de herramientas tecnológicas a nuestro alcance se ha multiplicado. Desde los medios de transporte en internet y los ordenadores, a la automatización, pasando por los teléfonos móviles y el correo electrónico. Estas invenciones han aumentado la productividad laboral. Hemos conseguido mensajes instantáneos, fotografías digitales, cálculos mecanizados, búsqueda virtual o control de stock automático.
Pese al aumento de la productividad, la jornada de trabajo remunerado se ha mantenido a 40 horas, o incluso ha aumentado si consideramos las unidades familiares en las que se ha pasado de uno a dos trabajadores con la incorporación masiva de la mujer al trabajo. Por este motivo, ahora es hora de transponer el aumento de la productividad a beneficios para las personas. Ahora es hora de ganar tiempo.
Y en este punto surgen dos preguntas: ¿cómo se gana tiempo y qué hacemos con este nuevo tiempo? Si bien en el mundo pospandemia han crecido la flexibilidad horaria y el teletrabajo, la reducción de la jornada laboral a 4 días laborables o 30 horas semanales con el mantenimiento del 100% del salario sigue siendo un atrevimiento de los más pioneros. Sin embargo, cuando se ha realizado esta reducción ha funcionado tanto para los empleados como para los empleadores.
En Microsoft Japón, por ejemplo, la implementación de la semana de 4 días con mantenimiento del salario, limitación de la duración de las reuniones y correcto reparto de las tareas provocó que los trabajadores tomaran un 25% menos de bajas. Además, el uso de electricidad disminuyó un 23% y los empleados imprimieron un 59% menos de papel. El 92% aseguraron ser más felices con una semana laboral más corta. Globalmente, el 63% de las empresas que han implementado una jornada de 4 días o de 30 horas semanales han atraído más capital humano, han formado a más jóvenes, han retenido el mejor talento y han reducido la rotación de personal, tal y como se recogía en la Time Use Week celebrada la última semana de octubre en Barcelona.
En nuestro país, el Estatuto de los Trabajadores sólo regula la duración máxima de la jornada, por tanto, plantear una reducción está en manos de las empresas y la negociación colectiva, sin necesidad de estar a la espera de nuevas legislaciones.
Ahora es hora de transponer el aumento de la productividad a beneficios para las personas
Aquella famosa cita que dice “si queremos resultados distintos, debemos probar cosas distintas” se vuelve crucial en este nuevo paradigma. Imagínese un mundo en el que la tecnología creada por los humanos beneficia a los humanos mismos con la disminución de la jornada laboral y una mejor calidad de vida. Un mundo en el que tener más tiempo nos conduce inevitablemente a realizar más actos no remunerados con un impacto colectivo. Gracias a este nuevo tiempo, un chico ha decidido hacer de voluntario con recién llegados, unos vecinos se han animado a montar un huerto urbano conjunto, una mujer por fin tiene tiempo de escribir artículos en el diario local o simplemente puede ir a recoger al hijo en la escuela.
Precisamente porque la jornada de 4 días tiene un gran potencial, implementarla debe hacerse de la mano con otras medidas y siendo consciente de las oportunidades que nos brinda. Varias empresas que han dado el paso han pedido a los trabajadores hacerse tres preguntas y anotar sus respuestas. Con el tiempo ganado, ¿qué harás de nuevo para ti, para tu familia y amigos y para la comunidad.
Y es que el tiempo es un juego de suma nula. Es decir, el tiempo de trabajo, incluidos los desplazamientos hasta el trabajo, la fragmentación en pausas no retribuidas o la dilatación de la jornada en un día por la presencia de un paro de varias horas al mediodía, es tiempo que dejamos de tener disponible para dedicarse a otras causas. De hecho está demostrado que las largas jornadas laborales reducen la participación sociopolítica de las personas y disminuyen la implicación en activismo local y la calidad de la democracia. Por tanto, es responsabilidad de empresas, entidades y trabajadores de establecer precedente, negociar colectivamente y descubrir nuevas formas de trabajar.
Posiblemente habrá quien mal interpretará este artículo como un elogio a la ociosidad, pero, por el contrario, es una oda al trabajo bien hecho. De la misma forma que traducir los avances, las mejoras tecnológicas y el aumento de la productividad en una disminución del tiempo de trabajo es un ejercicio de lógica e inteligencia y una alabanza a la humanidad y la calidad de vida.
Minerva Estruch, miembro de la asociación Restarting Badalona