El primer día de clase, a las tres y media del primer jueves lectivo de septiembre, yo siempre empezaba mi presentación de la asignatura pidiendo a los alumnos que me escribieran lo que para ellos era una definición de ciudad… Podéis imaginar todo lo que salía de esas reflexiones. La evidencia del pensamiento, juvenil y poco maduro, de la mayoría de los alumnos nos dejaba definiciones y pensamientos de la ciudad a priori muy superficiales: comienzos de frases como “La ciudad es un conjunto de calles que…” o “Los barrios que conforman una ciudad son generadores de…”, etc. Otros alumnos expresaban algunos pensamientos ya más profundos y eran capaces de atribuir a la ciudad relaciones sociales o humanas o incluso relacionar áreas económicas o sistemas vertebradores.
Tengo que decir que esta forma de empezar era muy enriquecedora para ambas partes (profesorado y alumnado), porque iniciaba un auténtico debate de lo que en realidad queríamos enseñar en nuestra asignatura y, sobre todo, de lo que queríamos que, al final del curso académico, los alumnos se llevaran con ellos.
Desde la universidad, hemos intentado siempre hacer entender y reflexionar a los alumnos sobre lo que decimos ciudad, sobre todo a través de la transformación urbana y del crecimiento de nuestras ciudades, pero también desde la forma de vivir las ciudades; desde la forma de oírlas; desde cómo se producen las relaciones humanas inter y extra ciudad, entre los propios individuos, pero también entre el colectivo que conforma una ciudad y el resto del territorio; desde el impacto social de una aglomeración urbana; desde la interactuación que debe tener una colectividad con otras; desde los flujos de movilidad que genera una ciudad; desde la huella ambiental que, sin duda, provoca una ciudad, desde…
Hay infinidad de reflexiones, quizás incluso demasiado. Aunque es un profesional de la arquitectura, no sabría decir cuál elegir.
Que nuestros alumnos tengan la oportunidad de repensar nuestras ciudades es en el fondo una oportunidad para todos nosotros.
Personalmente, como profesional del urbanismo y, sobre todo, como docente, me preocupan los nuevos retos y el pensamiento de cómo debemos preparar a nuestros alumnos para las ciudades del futuro. ¡Un reto mayúsculo!
Es por todo lo anterior que, dentro de este entorno tan maravilloso que es el mundo universitario, considero un objetivo primordial hacer comprender al alumnado que es imprescindible tener en cuenta todo esto, no simplemente para proyectar una ciudad, sino para proyectar un entorno de vida.
Sí, todo esto son referentes, pero… ¿cómo podemos encarar el aprendizaje de la ciudad sin los inputs que nos llegan hoy en día?
¿Qué ciudades tendrán que reconocer a nuestros alumnos en un futuro?
Todos lo hemos oído alguna vez. Actualmente, se habla de ciudades del futuro, se habla de smart cities, se habla de ciudad digital, habla de ciudad tecnológica, etc. Es evidente que la revolución tecnológica ha impactado de lleno en la forma de pensar y hacer ciudad, y se ha convertido en la estrategia imprescindible para abordar los nuevos retos sociales y urbanos. La ciudad del futuro debe ser capaz de dar respuesta a todas las preguntas que vayan encaminadas a detener todo lo que provoca el cambio climático y dar respuesta a la emergencia climática. Esto es importantísimo, por sí solo, supone un reto descomunal para cualquier urbanista. ¿Pero es sólo esto la ciudad del futuro? No lo sé, quizás primero deberíamos saber analizar la ciudad del presente.
No podemos imaginarnos la ciudad del presente sin reflexionar sobre el impacto social, económico, médico y, sobre todo, psicológico de la crisis de la covid-19. No podemos imaginar la ciudad del presente sin reflexionar sobre el impacto de los flujos migratorios, del gran número de familias venidas de fuera de la misma ciudad. No podemos imaginarla sin reflexionar sobre por qué están obsoletos nuestros modelos energéticos, supeditados a unos estados ya unos dirigentes personalistas y poco empáticos. No podemos imaginar las ciudades del presente sin reflexionar sobre el impacto ambiental que ellas mismas generan sobre nuestro entorno. No, no podemos, y lo siento, porque estamos perdiendo la imaginación.
Es evidente que la actualidad nos da pistas de la transformación global del mundo: el drama del Mediterráneo, las guerras infinitas en diferentes partes del mundo que, por motivos económicos y de poder, nunca se detienen –la guerra en Ucrania, el conflicto en el Sáhara (que ya viene de lejos)…–, la aparición de nuevos organismos de ayuda humanitaria, las redes de solidaridad, la movilización de los recursos, etc. Podríamos estar hablando un rato. Sí, todo esto forma parte de nuestro presente. Las ciudades, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX y en esta primera década del XXI, se caracterizan por su rápido crecimiento y desorganización. En la actualidad, las ciudades sufren un proceso de inmigración muy agresivo. Debemos pensar que las ciudades del mundo reciben flujos migratorios y esto hace que tengan que adaptarse muy rápidamente a esta corriente de migración y muchas veces no saben o no pueden dar respuesta.
Todo esto, y muchas cosas más, hacen transformar indudablemente la ciudad del presente y será necesario que aparezcan nuevas estrategias económicas y sociales, pero también urbanas –yo diría que necesariamente también urbanas– que, de forma organizada y coordinada, nos lleven a la transformación de nuestros espacios de convivencia y vivencia, donde hasta ahora nos creíamos tan seguros.
En resumen, muchas veces la conversación con los alumnos, en un ámbito más académico, cuando hablamos de las posibilidades de transformación de la ciudad, se convierte en una enriquecedora reflexión de lo que ocurre en nuestro entorno.
Es a partir de todas estas reflexiones y del análisis y desarrollo de un proyecto urbano (aprovechando el estudio de una ciudad en concreto), cuando el alumno experimenta una transformación sobrecogedora, que se manifiesta muy evidente, tanto a nivel académico como, sobre todo, a nivel personal.
Para mí ésta es la síntesis de lo que debe ser la enseñanza universitaria.
El último día de clase, sobre las ocho y media de una tarde de junio, me siento orgulloso de terminar el curso tal y como lo empezamos, pero esta vez pregunto a los alumnos, a modo de reflexión en voz alta, qué es el urbanismo. La percepción, yo diría que general, es que, a pesar de la complejidad del curso, los alumnos son capaces de percibir el urbanismo de una forma múltiple y compleja, como un urbanismo capaz de englobar todos los razonamientos sociales y injertar de todos los sucesos que rodean a las relaciones humanas, pero, al mismo tiempo, comprenden que el urbanismo debe ser tangible, no debe ser abstracto; debe ser capaz de traducirse en una configuración morfológica y funcional del espacio en el que vivimos.
Si no, ¿de qué otra forma podríamos hacer ciudad?
La madurez que experimentan estos alumnos en un año académico es también, para mí, un verdadero aprendizaje de vida.
Jordi Guardiola, miembro de la asociación Restarting Badalona