La estima que le tengo a Xavier Casinos, a quien leo en su serie de artículos sobre la Barcelona Secreta en La Vanguardia, me anima a escribir para contradecirlo por otro artículo que publicó en este medio que compartimos y hablaba de las limitaciones que podía tener transformar oficinas en desuso de Barcelona en viviendas. El artículo hacía una serie de afirmaciones que no comparto, y como en los últimos días otro artículo, éste de Susana Quadrado en La Vanguardia, ha vuelto a poner en la agenda pública el debate sobre el futuro del 22@, quisiera dejar por escrito algunos pensamientos que he ido acumulando por la experiencia vital de haber estado en lugares de la administración que tratan con el planeamiento urbanístico.
Pero no quiero hacerlo sólo por la intuición que les provoca, sino que he intentado contrastar si lo que creo tiene algún fundamento técnico o jurídico que lo avale. Sin embargo, ya sé que no estamos en un medio de divulgación científica o técnica, pero a pesar de todo debo decir que, si alguien quiere profundizar en las causas de la crisis del urbanismo que sufre España, debe poder ver esta jornada o leer esta revista, por poner sólo dos ejemplos de los muchos que hay sobre la cuestión.
Acabados los preámbulos, y sabiendo que estos artículos son de mecha corta, debo decir que aquel artículo de Xavier contenía lo que deberíamos quitarnos de encima si queremos, de verdad, hacer un urbanismo que funcione. Es decir, apelaciones a si los privados ganan poco o demasiado; defensa de modelos proteccionistas/garantistas inflexibles; y dudas sobre si las cosas que quieran cambiarse de un plan serán posibles o no. Y esto último, que afirma al hablar de las 8.000 oficinas en desuso de Barcelona, lo enlazo con el artículo de Susana, que abría o seguía el debate sobre si es necesario modificar el planeamiento del 22@ atendiendo al hecho de que las previsiones han quedado superadas por la realidad, con un millón y medio de metros de oficinas que aún quedan por hacer y que no parece que se puedan realizar, entre otros problemas que tiene el nuevo distrito, a pesar de ser un ejemplo de éxito para la ciudad de Barcelona.
Parecería lógico que, si un plan cumple 23 años y no ha terminado, se pueda revisar y actualizar. De hecho, con éste del 22@ ya se ha hecho para favorecer que haya más vivienda asequible. Sin embargo, todas las oficinas (en Barcelona se habla de más de 8.000 según un estudio de Ernst & Young) en desuso deberían poder ser transformadas en vivienda. Sobre todo porque esto es lo que piden nuestros jóvenes, así como los jóvenes que quieren venir a Barcelona a trabajar o estudiar.
La planificación debe ordenar un territorio, pero no puede ser un corsé, un candado o un texto sagrado
¡Claro que los propietarios obtendrán plusvalía! Pero esto no es malo. Se les podría facilitar este cambio de uso con la condición de que destinaran la vivienda al alquiler. ¿Tan complicado es? No. Seguro que no. Lo que ocurre es que –como en la mítica serie Sí, ministro– tenemos muchos “Humphrey Appleby” dispuestos a hacerlo todo más complicado de lo que es.
La crisis del urbanismo es que, de media, un planeamiento puede tardar entre 6 y 8 años, que deben hacerse unos 110 informes y que, finalmente, al ser todo tan acristalado, el Tribunal Supremo les tumba uno trasero otro sin compasión, siempre por cuestiones formales que astutos abogados de las partes saben identificar en los procedimientos. Y así han caído planeamientos como los de Tarragona, Madrid, Donostia, Las Palmas, Vigo y planes directores de nuestro país como los de Hospitalet o BCN World.
La crisis del urbanismo –y debemos poder admitir que está ahí– hace que se asuste la inversión y que se desperdicien recursos públicos y privados en tramitaciones larguísimas que, cuando tienen luz verde, chocan con cambios de ciclo económico, normativo en otros niveles, y social e incluso cultural en otros.
Es por este motivo, y muchos más, que siempre desde el respeto a los que han hecho y hacen urbanismo en este país –porque obviamente no todo, ni muchos menos, han sido vía crucis fallidos–, nos convendría adoptar las tesis de quienes defienden un urbanismo más flexible, de propuesta, como contraposición al urbanismo de planificación, que no tiene el problema en serlo, sino en las dificultades que existen –en plena era de aceleración tecnológica– para adaptarse a las demandas y realidades de una sociedad cambiante. El ejemplo lo tenemos en el 22@ y lo tendremos en las Tres Chimeneas o en algunas ideas que rondan el nuevo Plan Director Urbanístico Metropolitano. La planificación debe ordenar un territorio, pero no puede ser un corsé, un candado o un texto sagrado. Y el urbanismo debe elegir si ser como las tablas de la ley o el manual de partida que facilita el progreso de los territorios.
Ferran Falcó, presidente de la asociación Restarting Badalona