Es normal que nos sintamos orgullosos de nuestros hijos, hermanos o familiares que viven fuera del país y que trabajan allí después de haber pasado una temporada estudiando un máster, un doctorado o simplemente porque han aceptado un trabajo mejor que el que tenían aquí. Poder decir que tienes a alguien cercano trabajando en una gran compañía, empresa o universidad fuera del país da valor al esfuerzo que ha hecho la persona y la familia para incentivar la formación que al fin y al cabo lo ha hecho posible.
Cogiendo una nota oficial de la Agencia Catalana de Noticias, el número de catalanes residentes en el extranjero a 1 de enero de 2022 era de 357.011 personas, según el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat). Francia, Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, los países donde principalmente está nuestra gente.
Sin duda, se trata de una cifra que, puesta en el contexto global de la población catalana, debe hacernos reflexionar sobre qué sociedad estamos construyendo. Que un ingeniero, en cualquiera de las disciplinas, esté trabajando fuera después de haberse formado aquí es una buena noticia… relativa. Y que debe leerse por las dos vertientes de lo que implica: el orgullo de ser un país exportador de talento y el fracaso de ser una sociedad que no genera suficientes espacios donde éste se desarrolle.
Me ha hecho pensar el plan del Govern, presentado el pasado mes de agosto, que fija –no sé qué cifra es la buena– en medio millón la cantidad de catalanes residentes en el extranjero y propone crear una comisión interdepartamental para hacer viable el regreso del talento que tenemos lejos de casa. Como idea me parece bien. Creo que al menos el Govern es consciente de la cantidad de inversión pública hecha con dinero de los catalanes que da frutos en el extranjero. Pero tenéis que permitirme el escepticismo de quien conoce el lenguaje de la administración que crea “comisiones”. Sea como fuere, a mí me parece que cualquier “plan” debe hacerse contando, primero, con las empresas y las universidades. Sin ellas, no hace falta ni empezar. Y, sobre todo, hay que hacerlo sabiendo qué hacen los que están fuera, cuánto ganan y en qué condiciones podrían volver.
“Los sectores que ocupan los catalanes que tenemos fuera son los que necesitamos seguir potenciando”
Sin embargo, debe hacerse preguntándonos, también, qué tipo de país somos y queremos ser. Creo que llega la hora de tomar parte. No necesitamos más actividad de poco valor añadido que importe una población que la pueda desarrollar. Necesitamos herramientas para gestionar con calidad el contingente de extranjeros que arraigan en Cataluña y que son nuevos catalanes. Y, por tanto, los sectores donde ellos trabajan de forma más preeminente nos convienen y debemos mantenerlos.
En cambio, los sectores que ocupan los catalanes que tenemos fuera –tecnológico, biociencias, farmacia y otros– son los que necesitamos seguir potenciando. No sería justo decir que estamos en la cola de ninguna de estas industrias, o que Catalunya es un erial donde no te puedes ganar la vida. Estamos muy lejos de la decrepitud que llevó a miles de catalanes a “hacer las Américas” en el siglo XVIII, pero no sé hasta qué punto, hoy, podemos aplicarnos ese dicho tan bonito que decía que, “los catalanes, de las piedras hacemos panes”.
El plan de regreso para los catalanes que hoy viven en Estados Unidos, en el norte de Europa o en Japón no puede ser liderado sólo desde el Gobierno. Necesitamos que haya empresas que puedan ficharlos y ciudades cuya calidad de vida les proporcionen un incentivo que va más allá del sueldo. Volver a casa sin pensar que pierdes, sino creyendo que seguirás creciendo profesionalmente en tu país de origen. Éste sería el resumen, aunque las dificultades –burocracia, inflación, vivienda, ayudas a las familias…– lo compliquen. Formadas y en plena forma, estas personas no necesitan prestaciones, sino incentivos.
Ferran Falcó, presidente de la asociación Restarting Badalona